Los manejos del Gran Capitán
Una acusación muy grave a raíz de una carta y otra reacción agresiva debido a una visita son, hoy día, los escándalos desatados contra el presidente Evo Morales. Cada una de ellas, tanto la acusación cuanto la reacción, provienen de autoridades de dos países limítrofes. Decir que no hay relación entre ellas es, pura y simplemente, conocer los manejos que se hacen y respaldarlos como lo que son: la pretensión de desprestigiar al presidente de Bolivia.
Veamos cómo se dan las cosas. En el Perú, desde el gobierno de Alan García, se ha seguido una política de hostilidad inocultable, desde la inmotivada reacción por el convenio con Venezuela para la refacción de los cuarteles militares en las fronteras y la transgresión de las normas de la CAN (Comunidad Andina de Naciones) para convenir un TLC con la Unión Europea, similar al que firmó el gobierno de Lima con Estados Unidos de Norteamérica. Afirmar que la soberanía está por encima de los acuerdos internacionales es, cuando menos, despreciar la confianza que depositaron los otros países firmantes del acuerdo.
Al otro lado de Bolivia, en Paraguay, la dictadura de Stroessner mantuvo un diálogo basado en intereses circunstanciales con los gobiernos que se sucedieron en Bolivia. Sólo después que fue derrocado, se avanzó en un acercamiento de los pueblos, política que tuvo un alto realce desde que asumió el mando el presidente Fernando Lugo. Sin embargo, los grupos cavernarios que están agazapados en puestos de mando, aprovecharon un incidente, que en cualquier otra circunstancia no hubiese tenido mayores consecuencias, para lanzar una campaña contra el presidente Evo Morales.
No es posible sostener que, cada caso, tiene características distintas y no se relacionan entre sí salvo, claro está, que el presidente de Bolivia esté generando los incidentes. Esa es la versión de quienes se han empeñado en esta campaña, como lo dice uno de sus más acérrimos detractores: Evo Morales está “siempre presto a provocar y ofender como los chicos malos, pero no hay que hacerle caso”. En esto último, “no hacerle caso”, no es ignorarlo sino actuar contra sus palabras, sus acciones, su programa.
Es lo que hacen quienes se alinean contra todo proceso de cambio. Así lo hicieron en 1961, cuando los gobiernos sumisos al Departamento de Estado norteamericano, expulsaron a Cuba de la OEA. Lo habían hecho antes avalando la invasión de Guatemala y el derrocamiento del presidente Jacobo Arbenz. Lo hicieron después, hace pocos años, aceptando el golpe de Alberto Fujimori. Lo han hecho siempre, sentándose en la misma mesa con representantes de las dictaduras militares que consagraba Washington.
Nuevamente la conspiración está en marcha. El objetivo es aislar al presidente Evo Morales en los foros internacionales, con nuevos actores pero con los mismos métodos de siempre. El reto que se han dado, hoy por hoy, es complicado. La atmósfera internacional es complicada para sus propósitos. Esto lo saben tanto el gobierno del Perú como el de Paraguay; lo saben en el buen sentido del término, lo saben para bien, para que se establezcan relaciones de mutuo respeto. Vamos a lograrlo, con gran desilusión de los maquinadores y de sus operadores locales.
Veamos cómo se dan las cosas. En el Perú, desde el gobierno de Alan García, se ha seguido una política de hostilidad inocultable, desde la inmotivada reacción por el convenio con Venezuela para la refacción de los cuarteles militares en las fronteras y la transgresión de las normas de la CAN (Comunidad Andina de Naciones) para convenir un TLC con la Unión Europea, similar al que firmó el gobierno de Lima con Estados Unidos de Norteamérica. Afirmar que la soberanía está por encima de los acuerdos internacionales es, cuando menos, despreciar la confianza que depositaron los otros países firmantes del acuerdo.
Al otro lado de Bolivia, en Paraguay, la dictadura de Stroessner mantuvo un diálogo basado en intereses circunstanciales con los gobiernos que se sucedieron en Bolivia. Sólo después que fue derrocado, se avanzó en un acercamiento de los pueblos, política que tuvo un alto realce desde que asumió el mando el presidente Fernando Lugo. Sin embargo, los grupos cavernarios que están agazapados en puestos de mando, aprovecharon un incidente, que en cualquier otra circunstancia no hubiese tenido mayores consecuencias, para lanzar una campaña contra el presidente Evo Morales.
No es posible sostener que, cada caso, tiene características distintas y no se relacionan entre sí salvo, claro está, que el presidente de Bolivia esté generando los incidentes. Esa es la versión de quienes se han empeñado en esta campaña, como lo dice uno de sus más acérrimos detractores: Evo Morales está “siempre presto a provocar y ofender como los chicos malos, pero no hay que hacerle caso”. En esto último, “no hacerle caso”, no es ignorarlo sino actuar contra sus palabras, sus acciones, su programa.
Es lo que hacen quienes se alinean contra todo proceso de cambio. Así lo hicieron en 1961, cuando los gobiernos sumisos al Departamento de Estado norteamericano, expulsaron a Cuba de la OEA. Lo habían hecho antes avalando la invasión de Guatemala y el derrocamiento del presidente Jacobo Arbenz. Lo hicieron después, hace pocos años, aceptando el golpe de Alberto Fujimori. Lo han hecho siempre, sentándose en la misma mesa con representantes de las dictaduras militares que consagraba Washington.
Nuevamente la conspiración está en marcha. El objetivo es aislar al presidente Evo Morales en los foros internacionales, con nuevos actores pero con los mismos métodos de siempre. El reto que se han dado, hoy por hoy, es complicado. La atmósfera internacional es complicada para sus propósitos. Esto lo saben tanto el gobierno del Perú como el de Paraguay; lo saben en el buen sentido del término, lo saben para bien, para que se establezcan relaciones de mutuo respeto. Vamos a lograrlo, con gran desilusión de los maquinadores y de sus operadores locales.