A fines de julio se publicó en Brasil un libro llamado Auto de Resistencia, que reúne testimonios de diecinueve mujeres y dos hombres. Son quince madres, dos viudas, una suegra y una hermana de víctimas de la violencia en Río. Los hombres son un padre y un padrasto de un bebé y un joven muertos. Con dos únicas excepciones, todas las víctimas fueron asesinadas por efectivos policiales. Una de las excepciones es un superviviente de la Matanza de la Candelaria, ocurrida en una madrugada de 1993, cuando delante de la centenaria iglesia y en pleno centro de la ciudad un grupo de muchachos callejeros fue ametrallado por policías. La otra es un joven de 16 años que murió arrollado por un coche manejado a alta velocidad por un juez borracho.
Los casos narrados ocurrieron entre 1990 y 2005. El libro cuenta, de manera directa, sobre diecinueve muertos y un superviviente, pero a la vez trata de acciones que resultaron en por lo menos setenta asesinatos. Quizá no sean tantos, considerándose que la policía brasileña es la que más mata en todo el mundo. Pero son ejemplares.
En el escenario de brutalidad urbana que domina las ciudades brasileñas, ninguna de esas historias es singular. Son parte de una rutina bestial, historias que se turnan en las páginas de los diarios frente al silencio vergonzoso de la omisión y a la aridez perversa de la impunidad, la misma impunidad que es esencial para que todo siga tal y como está.
Es en contra de esa realidad que se levantan las voces de esas mujeres. Más que denuncia de la violencia brutal e impune, sus palabras son el lamento continuo y digno de los supervivientes de la desesperanza, de quien no se resignó a la pérdida y a la derrota. Algunas se dieron como misión de vida rescatar la inocencia de sus muertos. Que su memoria no sea ultrajada. Que se sepa que no murieron en enfrentamientos armados: fueron ejecutados a sangre fría. Otras, aun admitiendo que sus muertos hayan cometido delitos, luchan para que se sepa que ellos no tuvieron el derecho a ser juzgados y condenados como plantea la ley. Así de simple, tremendamente simple, es la reivindicación de esas mujeres.
El libro nació del programa de apoyo a familiares de víctimas de matanzas del Centro de Estudios de Seguridad y Ciudadanía de la Universidad Cándido Mendes, de Río de Janeiro, en asociación con el Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra, en Portugal. Que exista –en una universidad brasileña y en colaboración con uno de los centros académicos más antiguos de Europa– un programa destinado a familiares de víctimas de matanzas promovidas por la policía demuestra hasta qué punto la violencia irracional ejercida por las fuerzas policiales en Río tiene efectos devastadores.
“Auto de Resistencia”: así se registran, en comisarías de policía, supuestos enfrentamientos armados de la policía con criminalesque resisten a las fuerzas del orden. De hecho se trata de una excusa formal para ejecuciones sumarias. En el Código Penal brasileño tal figura no aparece. Es una aberración heredada de la dictadura militar (1964-1985). Cada día se registran oficialmente tres “Autos de Resistencia” en Río. Casi un centenar al mes, más de mil al año. En esos enfrentamientos, reales o supuestos, por cada policía muerto mueren 43 civiles. O la policía de Río dispara antes de preguntar, o los criminales de la ciudad tienen la peor puntería de la historia.
El libro también narra una historia de superación del dolor, la trayectoria de una lucha callada. Cada mujer cuenta la última vez que vio a la víctima, cómo supo de su muerte, cómo es sobrevivir a esa mutilación irreparable.
Lo más impresionante de los testimonios, inclusive en sus momentos más desgarradores, es el tono sereno de quien se ajustó a una vida mutilada por la muerte, y decidió seguir. Una dramática sutileza en la que no hay rencor, no hay resentimiento, lo que existe es una grandeza apabullante, la serenidad de los guerreros obstinados y solitarios. El libro también narra otro calvario: la inmensa dificultad en hacerse oír, la lucha contra vientos y mareas para obtener justicia contra los asesinos.
En Río de Janeiro se sigue aplicando, al amparo cómplice del aplauso de las clases medias, la política de la confrontación. Frente a cualquier duda o sospecha, la policía está autorizada a mantener fáciles sus gatillos. La inmensa mayoría de los muertos son trabajadores jóvenes y pobres.
El libro Auto de Resistencia trae un prefacio de Boaventura de Sousa Santos, uno de los más respetados y respetables luchadores por los derechos elementales del ser humano. Dice él: “Este es un libro diferente. Quien lo lea sin sentirse alterado, conmovido y trastornado por cierto perdió el alma”.
Es cierto que las autoridades no lo leerán. Y, si lo leen, apenas confirmarán que han perdido, y para siempre, sus almas amargadas.
* Escritor brasileño.