Acerca del cuidado de niños y adolescentes pobres
¿Significan verdaderamente algo: Derechos y Penas. Edades de Imputabilidad?...
Raquel Bozzolo
Profesora UNLP- Psicología Social
La existencia de los niños y adolescentes pobres de nuestro país, especialmente en la Provincia de Buenos Aires, se encuentra jaqueada por violencias de todo tipo. La gravedad del problema se presenta no sólo en el hecho de que las violencias resultan en ocasiones incompatibles con la vida, sino que entorpecen la invención de soluciones adecuadas a las condiciones biopolíticas contemporáneas.
Me propongo acotar el tema a los niños y adolescentes pobres, a los fines de no extender estas notas, aunque obviamente no desconozco las amenazas a la existencia de jóvenes de mayores recursos… No tenemos más que mirar a nuestro alrededor; el número de accidentes automovilísticos, suicidios y muertos en riñas o por consumo de sustancias hacen presente unos riesgos que no vienen de afuera ni de los suburbios de la ciudad.
Mi contacto con estas condiciones de existencia ha sido a través de las tareas de co-pensamiento desarrolladas durante estos últimos años en las denominadas supervisiones de equipos de trabajo comunitario, en la ciudad de La Plata y Gran La Plata[1] y en Mar del Plata, a través de la Secretaría de Extensión de la Facultad de Psicología de la UNMP. Escribo en primera persona, ya que no lo hago en condición de experta, sino de quien se encuentra afectada, preocupada y ocupada por la precarización de la vida que va conformando nuestra existencia, no sólo la de los pibes, no sólo la de los pobres.
Aunque suscribo totalmente la consabida frase: “la primera violencia es el hambre”, no acepto que la solución de los denominados conflictos con la ley de los niños y jóvenes de hoy se resuelva simplemente con la denominada protección de sus derechos (de alimentación vivienda, recreación, educación, etc). Si así lo hiciera, quedaría por discutir que significa proteger esos derechos.
Quiero postular un tanto axiomáticamente algunas ideas, para pensar esta situación, que espero sean tomadas como lo que son: un borrador, un balbuceo provocador de nuevas voces para seguir pensando con otros.
1.- La infancia ya no es lo que era. “Infancia”, fue el nombre de una etapa evolutiva de los hombres, con características precisas, en las que no abundaré, que remitía a un conjunto de significaciones sociales. Inocencia e indefensión, fueron quizás las principales, que fueron cimentando el orden tutelar, en la familia y en el estado. Este conjunto de significaciones se entroncaba en la idea del ciudadano (ya adulto) del Estado Nación. El ciudadano fue formulado como el sujeto de las democracias, regido en sus conductas por una ley que distribuía derechos y obligaciones.
Hoy, esta no es la única modalidad de subjetivación pensable; se han producido otras subjetividades como la del consumidor. Su producción no diferencia etapas evolutivas, pero se distribuye según los segmentos del mercado y nuestra reciente constitución ampara en sus derechos y no le prescribe ninguna obligación[2].
Lo que hoy nombramos con el título de niñez y adolescencia es otra cosa, que requiere ser pensada en una multiplicidad compleja. La tan celebrada derogación de la ley de patronato, implica inventar unas significaciones, unos procedimientos y unas instituciones que hoy no existen.
El mismo capitalismo que sostiene las aventuras financieras que arman las burbujas que nos dejan más pobres y perplejos al estallar cada tanto, sigue produciéndonos como consumidores, figura subjetiva que requiere de nuestra insatisfacción permanente[3]…
La promesa de satisfacción modula un deseo rabioso, que al no poder satisfacerse se frustra engendrando violencia y odio y al no poder ser regulado por la obediencia a la ley, queda desatado buscando su descarga…
¿esto lo puede evitar la cárcel?
Y además…
¿Esto lo pueden subsanar la ayuda económica y la defensa de los derechos?
2.- La libertad en desamparo y precarización. Ante la llamada “ola de inseguridad” se habla de bajar la edad de in-imputabilidad, aunque esté absolutamente demostrado, como sostienen numerosos juristas, su ineficacia a la hora de evitar que tanto niños como adolescentes infrinjan la ley[4]. Quienes sostienen estos argumentos parecen estar convencidos de encontrar la solución en detener la tan mencionada “puerta giratoria” de la justicia.
El miedo ha sido y probablemente seguirá siendo un poderoso motor para solicitar más cárceles e incluso la exigencia de muerte del violador o del asesino.
No es mi pretensión intentar disipar o hacer desaparecer semejante sentimiento… pero es imprescindible que los que todavía podemos pensar en medio de estas condiciones de vida, lo hagamos.
Más allá de las conocidas complicidades de fuerzas policiales corruptas -en la protección para que choreen o maten o trafiquen para negocio de esas mismas fuerzas- la cárcel o la internación en tumbas no implica protección alguna para si mismos: las mafias los esperan allí, en las prisiones o los institutos, para chantajearlos y seguir usando en su beneficio la sobre-vida de esos niños o jóvenes.
La libertad fue el bien más apreciado en el surgimiento de nuestro orden moderno y la prisión era una muerte social. Hoy estar libre no garantiza la vida y en ocasiones es quizás más amenazante.
Cuando la existencia misma esta precarizada, cuando ciertas muertes no conllevan castigo, ni importan a nadie. Si la libertad es una mercancía que no cotiza alto en el mercado de valores.
¿Qué sentido tiene entonces la privación de libertad? Hoy es prioritario pensar qué condiciones permiten afianzar y ensanchar la vida, antes que proponer un antiguo castigo[5] que hoy no funda pureza ninguna.
Se que abrir este interrogante no resuelve la cuestión, pero descartarlo y seguir insistiendo en soluciones agotadas tampoco y elucidar las significaciones que animan nuestros haceres es un tarea posible.
4.- La significación “derechos del hombre” nace en plena invención de las democracias burguesas que al mismo tiempo produce a su habitante: el hombre ciudadano.
La concepción progresista y racionalista de ese orden necesitó de una implementación de leyes y reglas para ordenar un mundo al que había que alejar de la animalidad y acercar al Espíritu y la Razón[6]. Así nacen las protecciones de los “derechos de…”
Como bien se ha afirmado la proclamación de los derechos de alguna modalidad de humanidad se hace cuando éstos ya son vulnerados, como para construir un dique ideológico al desborde que ya está produciendo.
La denominada protección de derechos del niño ha sido tantas veces proclamada como violados esos mismos derechos.
Ocasionalmente, tal como ocurrió en la postdictadura argentina, la reivindicación de los DDHH desplegó potencia transformadora y permitió hacer ser unos modos de habitar el mundo, más justos. Los que trabajamos en este campo hemos comprobado, a veces dolorosamente, que su potencia no es sustancial, sino situacional y que esa bandera puede plegarse en negociaciones que nada tiene que ver con su potencia inicial.
El problema no se presenta ante los específicos derechos de los niños, ni su consabida declaración de San José de Costa Rica.
Lo que hoy se muestra agotado es la misma noción de los derechos como factor potente de construcción de comunidad.
En nombre de los “derechos de…” hoy se movilizan barrios de pobres contra asentamientos de más pobres, vecinos contra vecinos…, madres contra maestros, maestros contra madres… La proclamación de “estoy en mi derecho”, “es mi derecho”, “tengo derecho a…” puede sostener cualquier cosa como válida… en esos casos -cada vez más frecuentes- el derecho es una especie de propiedad sustancial, que hay que defender, aunque en su defensa se impida la construcción de un común en la heterogeneidad, con los que enarbolan los otros derechos.
Sólo esa construcción -esa modalidad de composición en diferencia- puede fundar comunidad, pero para ello es imprescindible que compartamos un problema: la defensa de la vida que hoy se encuentra amenazada.
Tomando las proposiciones de Roberto Esposito: según esta lógica “en el orden jurídico moderno sólo es común la reivindicación de lo propio”[7].
Se trata entonces de “mi“derecho, o quizás en una extensión pretendidamente “social”: “nuestros” derechos.
Haciendo cierta gala de vitalismo y optimismo, podríamos afirmar que siempre la vida desborda, muta y degenera, deviene otra forma de vida, porque es vida y esa es su naturaleza… pero la vida de la que hablamos es siempre política y nunca es sólo naturaleza.
Y hay una política de la vida, una biopolítica, que también incluye el desprecio por la existencia de esos niños y jóvenes, cuando ya no es posible sacar ningún beneficio de ellos.
Su vida sólo vale cuando consumen mercaderías o pueden trabajar choreando o matando o traficando para beneficio de otros, o cuando pueden trasformarse en subsidios económicos, o réditos políticos.
Defender la vida de esos niños y adolescentes amenazados, antes que la defensa de sus derechos, implica expandir la vida de ellos y la nuestra, haciendo cosas juntos, cuidándonos juntos.
Este es el desafío que enfrentamos quienes estamos incómodos, doloridos y muy preocupados por las condiciones de nuestra existencia. No va a ser posible defender a la niñez y la adolescencia sino estamos dispuestos a cambiar nuestra vida.
Por lo que he comprobado en mi actividad, no son pocos los que sostienen esta apuesta: son agrupamientos de gente muy diversa (artistas, maestros, activistas sociales, vecinos solidarios) en experiencias de composición con otros muy diferentes a sí, estos agrupamientos ya no se sostienen en intereses comunes sino en la necesidad de asegurar la continuidad de la vida, por expansión de la vida.
Diciembre de 2008
[1]Como titular de la cátedra Psicoterapia II de la Facultad de Psicología de la UNLP
[2] Corea, C.y Lewkowicz, I. “Se acabó la infancia?. Ensayo sobre la destitución de la niñez”. Editorial Lüemen, año 1999.-.
[3] Lewkowicz, I. “Subjetividad contemporánea y adicción”. Ficha de cátedra Psicoterapia II UNLP. Ver http:// psicoterapia2unlp.ning.com
[4] Bozzolo, R. “Actos de Justicia ante la caida de la ley” en Bozzolo, Bonano, L´Hoste, “El oficio de intervenir. Políticas de subjetivación en Grupos e instituciones”.Editorial Biblos. Año 2008
[5] Por lo que recuerdo castigo es hacer casto, hacer puro
[6] Bozzolo, R. “¿Derechos Humanos?. Notas sobre el término Humanidad”. en Bozzolo, Bonano, L´Hoste “El oficio de intervenir. Políticas de subjetivación en grupos e instituciones”. Editorial Biblos, Año 2008
[7] Esposito, R: Inmunitas. Protección y negación de la vida. Amorrortu editores, Buenos Aires, 2005