MI MENSAJE
¡¡¡¡¡¡ Yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle, por eso no me deslumbró jamás la grandeza del poder y pude ver sus miserias. Por eso nunca me olvidé de las miserias de mi pueblo y pude ver sus grandezas. !!!!!
En estos últimos tiempos, durante las horas de mi enfermedad, he pensado muchas veces en este mensaje de mi corazón.
Quizás porque en La Razón de mi Vida no alcancé a decir todo lo que siento y lo que pienso, tengo que escribir otra vez. He dejado demasiadas entrelíneas que debo llenar; y esta vez no porque yo lo necesite. No.
Mejor sería acaso para mí que callase, que no dijese ninguna de las cosas que voy a decir, que quedase para todos, como una palabra definitiva, todo lo que dije en el primero de mis libros, pero mi amor y mi dolor no se conforman con aquella mezcla desordenada de sentimientos y de pensamientos que dejé en las páginas de La Razón de mi Vida.
Quiero demasiado a los descamisados, a las mujeres, a los trabajadores de mi pueblo, y por extensión quiero demasiado a todos los pueblos del mundo, explotados y condenados a muerte por el imperialismo y los privilegiados de la tierra.
Si, todavía quedan sombras y nubes queriendo tapar el cielo y el sol de nuestra tierra, si todavía queda tanto dolor que mitigar y heridas que restañar, cómo será donde nadie ha visto la luz ni ha tomado en sus manos la bandera de los pueblos que marchan en silencio, ya sin lágrimas y sin suspiros, sangrando bajo la noche de la esclavitud!
Y como será donde ya se ve la luz, pero demasiado lejos, y entonces la esperanza es un inmenso dolor que se rebela y que quema en la carne y el alma de los pueblos sedientos de libertad y justicia!
Ya no quiero explicarles nada de mi vida ni de mis obras. No quiero recibir ya ningún elogio. Me tienen sin cuidado los odios y las alabanzas de los hombres que pertenecen a la raza de los explotadores.
Quiero decirles la verdad que una humilde mujer del pueblo -¡la primera mujer del pueblo que no se dejó deslumbrar por el poder ni por la gloria!- aprendió en el mundo de los que mandan y gobiernan a los pueblos de la humanidad.
Quiero decirles la verdad que nunca fue dicha por nadie, porque nadie fue capaz de seguir la farsa como yo, para saber toda la verdad. Porque todos los que salieron del pueblo para recorrer mi camino no regresaron nunca. Se dejaron deslumbrar por la fantasía maravillosa de las alturas y se quedaron para gozar de la mentira.
Yo me vestí también con todos los honores de la gloria, de la vanidad y del poder. Me dejé engalanar con las mejores joyas de la tierra.
Todos los países del mundo me rindieron sus homenajes, de alguna manera. Todo lo que me quiso brindar el círculo de los hombres en que me toca vivir, como mujer de un presidente extraordinario, lo acepté sonriendo, -prestando mi cara para guardar mi corazón.
Sonriendo, en medio de la farsa, conocí la verdad de todas sus mentiras.
Yo puedo decir ahora lo mucho que se miente, todo lo que se engaña y todo lo que se finge, porque conozco a los hombres en sus grandezas y en sus miserias.
Muchas veces he tenido ante mis ojos, al mismo tiempo, como para compararlas frente a frente, la miseria de las grandezas y las grandezas de la miseria.
Yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle, por eso no me deslumbró jamás la grandeza del poder y pude ver sus miserias. Por eso nunca me olvidé de las miserias de mi pueblo y pude ver sus grandezas.
Ahora conozco todas las verdades y todas las mentiras del mundo.
Tengo que decirlas al pueblo de donde vine. Y tengo que decirlas a todos los pueblos engañados de la humanidad. A los trabajadores, a las mujeres, a los humildes descamisados de mi Patria y a todos los descamisados de la tierra y a la infinita raza de los pueblos! como un mensaje de mi corazón.
MI MENSAJE
TENIA QUE VOLAR CON ÉL
En La Razón de mi Vida dije con mis pobres palabras cómo un día maravilloso de mi existencia me encontré con Perón. El ya estaba en la lucha. Lo recuerdo como si lo viese, con la mirada llena de brillo, con la frente levantada, con su limpia sonrisa, con su palabra encendida por el fuego de su corazón.
Vi desde el primer momento la sombra de sus enemigos, acechando como buitres desde la altura o como víboras pegajosas desde la tierra vencida.
Vi a Perón demasiado solo, excesivamente confiado en el poder vencedor de sus ideales, creyendo en la primera palabra de todos los hombres como si fuese su propia palabra, limpia y generosa, sincera y honrada.
No me atrajeron ni su figura ni los honores de su cargo y, menos, sus galones de militar.
Desde el primer momento yo vi su corazón, y sobre el pedestal de su corazón, el mástil de sus ideales sosteniendo cerca del cielo la bandera de su Patria y de su Pueblo.
Vi su inmensa soledad, una soledad como la de los cóndores, como la de las altas cumbres, como la soledad de las estrellas en la inmensidad del infinito. Y a pesar de mi pequeñez, decidí acompañarlo. Por seguirlo, por estar con él, hubiese sido y hubiese hecho cualquier cosa menos torcer la ruta de su destino.
Fue cuando le dije un día: -estoy dispuesta a seguirlo, donde quiera que vaya. Poco a poco yo entré también en sus batallas.
A veces porque me provocaron sus enemigos. Otras, porque me indignaron sus traiciones y sus mentiras.
Había decidido seguirlo a Perón, pero no me resignaba a seguirlo de lejos, sabiéndolo rodeado de enemigos y ambiciosos que se disfrazaban con palabras amistosas. Y de amigos que no sentían ni el calor de la sombra de sus ideales.
Yo quería estar con él los días y las noches de su vida, en la paz de sus descansos y en las batallas de su lucha. Ya sabia que él, como los cóndores, volaba alto y solo. ¡Y sin embargo yo tenía que volar con él! Confieso que no medí desde el principio toda la magnitud de mi decisión.
Creí que podía ayudar a Perón con mi cariño de mujer; con la compañía de mi corazón enamorado de su persona y de su causa, pero nada más. Pensé que mi tarea, junto a su soledad, era llenarla con la alegría y con los entusiasmos de mi juventud.
MI CORONEL
Y así emprendimos el camino: alegres y felices en medio de la lucha. Un día me confesó que yo, su pequeña giovinota como solía llamarme, era la única compañía sincera y leal de su existencia. ¡Nunca como ese día me dolió tanto mi pequeñez! ¡Ese día decidí hacer lo posible para acompañarlo mejor! Recuerdo que le pedí que fuese mi maestro y él, en las treguas de su lucha, me enseñó un poco de todo cuanto pude aprender. Me gustaba leer a su lado.
Empezamos por Las vidas paralelas de Plutarco y seguimos después con las Cartas completas de Lord Chesterfield a su hijo Stanhope. En un tiempo me enseñó un poco de los idiomas que él sabia: inglés, italiano y francés.
Sin que yo lo advirtiese, fui aprendiendo también a través de sus conversaciones la historia de Napoleón, de Alejandro y de todos los grandes de la historia. Y así fue que me enseñó también a ver de una manera distinta nuestra propia historia.
¡¡¡¡ Con él aprendí a leer en el panorama de las cuestiones políticas internas e internacionales.!!!!
Muchas veces me hablaba de sus sueños y de sus esperanzas, de sus grandes ideales.
Metida en un rincón de la vida de -mi Coronel se me ocurre que yo era algo así como un ramo de flores en su casa... Nunca pretendí ser más que eso. Sin embargo, la lucha que se libraba en torno de Perón era demasiado dura, muy grandes sus enemigos, casi infinita su soledad y demasiado grande mi amor para que yo pudiese conformarme con ser nada más que un poco de alegría en su camino.
LAS PRIMERAS SOMBRAS
La mayoría de los hombres que rodeaban entonces a Perón creyeron que yo no era más que una simple aventurera. Mediocres al fin, ellos no habían sabido sentir como yo quemando mi alma, el fuego de Perón, su grandeza y su bondad, sus sueños y sus ideales.
Ellos creyeron que yo calculaba con Perón, porque medían mi vida con la vara pequeña de sus almas.
Yo los conocí de cerca, uno por uno. Después, casi todos lo traicionaron a Perón, algunos en octubre de 1945, otros más tarde. Me di el gusto de insultarlos de frente, gritándoles en la cara la deslealtad y el deshonor con que procedían o combatiéndolos hasta probar la falsía de sus procedimientos y de sus intenciones. Yo me quedé sola junto a mi coronel hasta que se lo llevaron prisionero.
Desde aquellos días desconfié de los amigos encumbrados y de los hombres de honor y me aferré ciegamente a los hombres y mujeres humildes de mi pueblo que sin tanto honor, sin tantos títulos ni privilegios saben jugarse la vida por un hombre, por una causa, por un ideal. ¡O por un simple sentimiento del corazón!
Aquellas primeras grandes desilusiones me hicieron ver con claridad el camino: Perón no podía creer en nada ni en nadie que no fuese su pueblo. Desde entonces se lo he dicho infinitas veces en todos los tonos de voz como para que nunca se le olvide, en medio de tantas palabras con que mienten su honor y lealtad los hombres que rodean por lo general a un presidente.
Los pueblos de la tierra no sólo deben elegir al hombre que los conduzca: deben saber cuidarlo de los enemigos que tienen en las antesalas de todos los gobiernos.
Yo cuidé por mi pueblo a Perón y los eché de sus antesalas, a veces con una sonrisa, y a veces también con las duras palabras de la verdad que dije de frente con toda la indignación de mi rebeldía.
LOS ENEMIGOS DEL PUEBLO
Los enemigos del pueblo fueron y siguen siendo los enemigos de Perón.
Yo los he visto llegar hasta él con todas las formas de la maldad y de la mentira.
Quiero denunciarlos definitivamente. Porque serán enemigos eternos de Perón y del pueblo aquí y en cualquier parte del mundo donde se levante la bandera de la justicia y la libertad.
Nosotros los hemos vencido, pero ellos pertenecen a una raza que nunca morirá definitivamente.
Todos llevamos en la sangre la semilla del egoísmo que nos puede hacer enemigos del pueblo y de su causa. Es necesario aplastarla donde quiera que brote si queremos que alguna vez el mundo alcance el mediodía brillante de los pueblos, si no queremos que vuelva a caer la noche sobre su victoria.
A los enemigos de Perón yo los he conocido de cerca y de frente.
Yo no me quedé jamás en la retaguardia de sus luchas. Estuve en la primera línea de combate; peleando los días cortos y las noches largas de mi afán, infinito como la sed de mi corazón, y cumplí dos tareas. ¡No sé cuál fue más digna de una vida pequeña como la mía, pero mi vida al fin!
Una, pelear por los derechos de mi pueblo. La otra, cuidar las espaldas de Perón.
En esa doble tarea, inmensa para mi, que no tenía más armas que mi corazón enardecido, conocí a los enemigos de Perón y de mi pueblo. Son los mismos. iSí! Nunca vi a nadie de nuestra raza y la raza de los pueblos! peleando contra Perón. A los otros en cambio, si... A veces los he visto fríos e insensibles.
Declaro con toda la fuerza de mi fanatismo que siempre me repugnaron. Les he sentido frío de sapos o de culebras. Lo único que los mueve es la envidia. No hay que tenerles miedo: la envidia de los sapos nunca pudo tapar el canto de los ruiseñores. Pero hay que apartarlos del camino. No pueden estar cerca del pueblo ni de los hombres que el pueblo elige para conducirlos. Y menos, pueden ser dirigentes del pueblo.
Los dirigentes del pueblo tienen que ser fanáticos del pueblo. Si no, se marean en la altura y no regresan. Yo los he visto también con el mareo de las cumbres.
Ellos, que hablan de la dulzura y del amor, se olvidan que Cristo dijo: -¡Fuego he venido a traer sobre la tierra y que más quiero sino que arda! Cristo nos dio un ejemplo divino.
¿Qué son a su lado los eternos predicadores de la mediocridad?
NI FIELES NI REBELDES
Yo he medido con la vara de mi corazón la frialdad y el fanatismo de los hombres. Los dos extremos han desfilado permanentemente ante mis ojos. El paisaje de estos años de mi vida es un inmenso contraste de luces y sombras. En todos los momentos de esta vida mía me es dado contemplar y sufrir ese tremendo encuentro del fanatismo y de la indiferencia.
Confieso que no me duele tanto el odio de los enemigos de Perón como la frialdad y la indiferencia de los que debieron ser amigos de su causa maravillosa.
Comprendo más y casi diría que perdono más el odio de la oligarquía que la frialdad de algún hijo bastardo del pueblo que no siente ni comprende a Perón.
Si alguna cosa tengo que reprocharle a las altas jerarquías militares y clericales es precisamente su frialdad y su indiferencia frente al drama de mi pueblo.
Sí, no exagero: lo que sucede en nuestro pueblo es drama, auténtico y extraordinario drama por la posesión de la vida, de la felicidad, del simple y sencillo bienestar que mi pueblo venia soñando desde el principio de su historia.
El 17 de octubre fue el encuentro del Pueblo con Perón. Aquella noche inolvidable se selló el destino de los dos, y así empezó el inmenso drama... Frente a un mundo de pueblos sometidos Perón levantó la bandera de nuestra liberación.
Frente a un mundo de pueblos explotados Perón levantó la bandera de la justicia. Yo le sumé mi corazón y entrelacé las dos banderas de la justicia y de la libertad con un poco de amor... pero todo esto -la libertad, la justicia y el amor, Perón y su pueblo-, todo esto es demasiado para que pueda mirarse con indiferencia o con frialdad.
Todo esto merece odio o merece amor.
Los tibios, los indiferentes, las reservas mentales, los peronistas a medias, me dan asco. Me repugnan porque no tienen olor ni sabor.
Frente al avance permanente e inexorable del día maravilloso de los pueblos también los hombres se dividen en los tres campos eternos del odio, de la indiferencia y del amor.
Hay fanáticos del pueblo. Hay enemigos del pueblo. Y hay indiferentes. Estos pertenecen a la clase de hombre que Dante señaló ya en las puertas del infierno. Nunca se juegan por nada. Son como -los ángeles que no fueron ni fieles ni rebeldes.
CAIGA QUIEN CAIGA
¡¡¡¡¡ Yo he visto a Perón peleando incansablemente por su pueblo frente a las fuerzas dominantes de la humanidad.!!!!
Este capítulo está dedicado a ellas.
No puedo callar porque sería mentirle a mi pueblo y a todos los pueblos de la tierra que han sufrido y sufren la despiadada prepotencia de los imperialismos. Es hora de decir la verdad, cueste lo que cueste y caiga quien caiga.
Existen en el mundo naciones explotadoras y naciones explotadas.
Yo no diría nada si se tratase solamente de naciones, pero es que detrás de cada nación que somete el imperialismo hay un pueblo de esclavos, de hombres y mujeres explotados. Y aún las mismas naciones imperialistas esconden siempre detrás de sus grandezas y de sus oropeles la realidad amarga y dura de un pueblo sometido.
El imperialismo ha sido y es la causa de las más grandes desgracias de una humanidad que se encarna en los pueblos.
Esta es la hora de los pueblos, que es como decir la hora de la humanidad. Todos los enemigos de la humanidad tienen las horas contadas. ¡También el imperialismo!
En la hora de los pueblos lo único compatible con la felicidad de los hombres será la existencia de naciones justas, soberanas y libres, como quiere la doctrina de Perón. Y esto sucederá en este siglo. Aunque parezca ya una letanía de mi fanatismo sucederá, -caiga quien caiga y cueste lo que cueste.
EL IMPERIALISMO
¡El imperialismo! A Perón y a nuestro pueblo les ha tocado la desgracia del imperialismo capitalista. Yo lo he visto de cerca en sus miserias y en sus crímenes.
Se dice defensor de la justicia mientras extiende las garras de su rapiña sobre los bienes de todos los pueblos sometidos a su omnipotencia.
El imperialismo capitalista.- Se proclama defensor de la libertad mientras va encadenando a todos los pueblos que de buena o de mala fe tienen que aceptar sus inapelables exigencias.
LOS QUE SE ENTREGAN
Pero más abominable aún que los imperialistas son los hombres de las oligarquías nacionales que se entregan vendiendo y a veces regalando por monedas o por sonrisas la felicidad de sus pueblos. Yo los he conocido también de cerca.
Frente a los imperialismos no sentí otra cosa que la indignación del odio, pero frente a los entregadores de sus pueblos, a ella sumé la infinita indignación de mi desprecio.
Muchas veces los he oído disculparse ante mi agresividad irónica y mordaz. -No podemos hacer nada, decían. Los he oído muchas veces; en todos los tonos de la mentira. ¡Mentira! ¡Sí! ¡Mil veces mentira...! Hay una sola cosa invencible en la tierra: la voluntad de los pueblos.
No hay ningún pueblo de la tierra que no pueda ser justo, libre y soberano.
-No podemos hacer nada… es lo que dicen todos los gobiernos cobardes de las naciones sometidas. No lo dicen por convencimiento sino por conveniencias.
POR CUALQUIER MEDIO
Nosotros somos un pequeño pueblo de la tierra, y sin embargo con nosotros Perón decidió ganar, frente al imperialismo capitalista, nuestra propia justicia y nuestra propia libertad. Y somos justos y libres. Podrá costar más o menos sacrificio ¡pero siempre se puede! No hay nada que sea más fuerte que un pueblo.
Lo único que se necesita es decidirlo a ser justo, libre y soberano.
LOS PRECEDIMIENTOS
Hay mil procedimientos eficaces para vencer: con armas o sin armas, de frente o por la espalda, a la luz del día o a la sombra de la noche, con un gesto de rabia o con una sonrisa, llorando o cantando, por los medios legales o por los medios ilícitos que los mismos imperialismos utilizan en contra de los pueblos.
Yo me pregunto: ¿qué pueden hacer un millón de acorazados, un millón de aviones y un millón de bombas atómicas contra un pueblo que decide sabotear a sus amos hasta conseguir la libertad y la justicia?
¡¡¡¡¡¡ Frente a la explotación inicua y execrable, todo es poco. Y cualquier cosa es importante para vencer.!!!!!!
EL HAMBRE Y LOS INTERESES
El arma del imperialismo es el hambre. Nosotros, los pueblos sabemos lo que es morir de hambre.
El talón de Aquiles del imperialismo son sus intereses.
Donde esos intereses del imperialismo se llamen petróleo basta, para vencerlos, con echar una piedra en cada pozo.
Donde se llame cobre o estaño basta con que se rompan las máquinas que los extraen de la tierra o que se crucen de brazos los trabajadores explotados... ¡No pueden vencemos!
Basta con que nos decidamos.
Así quiso que fuese Perón entre nosotros y vencimos. Ya no podrán jamás arrebatarnos nuestra justicia, nuestra libertad y nuestra soberanía. Tendrían que matarnos uno por uno a todos los argentinos. Y eso ya no podrán hacerlo jamás.
EL ODIO Y EL AMOR
En años de lucha he aprendido cómo juegan su papel en el gobierno de los pueblos las fuerzas políticas nacionales e internacionales, las fuerzas económicas y espirituales de la tierra, y cómo se disfrazan las ambiciones de los hombres.
Yo he visto a Perón enfrentándolos de pie, sereno e imperturbable, mirando siempre más allá de su vida y de su tiempo, con los ojos puestos exclusivamente en la felicidad de su pueblo y en la grandeza de su Patria. Nada ni nadie pudo ni podrá apartarlo de su camino.
Yo recuerdo cómo, en los primeros tiempos de su lucha, debió enfrentar la calumnia que intentaba separarlo de sus descamisados: decían que él era un peligro para el pueblo porque era militar.
Algunos años después, como la calumnia no prosperó, sus enemigos trataron de enfrentarlo con las fuerzas armadas. Decían que Perón intentaba crear una fuerza en los trabajadores para sustituir el influjo militar en el Gobierno de la República.
Sobre todas estas cosas quiero decir la verdad ¡mi auténtica verdad! y espero que alguna vez se imponga sobre tanta mentira, o por lo menos -aunque no me crean- sirva para algo a los pueblos del mundo en sus luchas por la justicia y por la libertad.
¡¡¡¡¡ Declaro que pertenezco ineludiblemente y para siempre a la "ignominiosa raza" de los pueblos.!!!!
De mí no se dirá jamás que traicioné a mi pueblo, mareada por las alturas del poder y de la gloria. Eso lo saben todos los pobres y todos los ricos de mi tierra, por eso me quieren los descamisados y los otros me odian y me calumnian.
¡¡¡¡¡¡¡ Nadie niega en mi Patria que, para bien o para mal, yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle. !!!!!!!!
Por eso, porque sigo pensando y sintiendo como pueblo, no he podido vencer todavía nuestro resentimiento con la oligarquía que nos explotó. ¡Ni quiero vencerlo! Lo digo todos los días con mi vieja indignación descamisada, dura y torpe, pero sincera como la luz que no sabe cuando alumbra y cuando quema.
Como el viento que no distingue entre borrar las nubes del cielo y sembrar la desolación en su camino. No entiendo los términos medios ni las cosas equilibradas. Sólo reconozco dos palabras como hijas predilectas de mi corazón: el odio y el amor.
Nunca sé cuando odio ni cuando estoy amando, y en este encuentro confuso del odio y del amor frente a la oligarquía de mi tierra -y frente a todas las oligarquías del mundo- no he podido encontrar el equilibrio que me reconcilie con las fuerzas que sirvieron antaño entre nosotros a la raza maldita de los explotadores.
LOS ALTOS CÍRCULOS
Me rebelo indignada con todo el veneno de mi odio, o con todo el incendio de mi amor -no lo sé todavía-, en contra del privilegio que constituyen todavía los altos círculos de las fuerzas armadas y clericales.
Tengo plena conciencia de lo que escribo.
Sé lo que sienten y lo que piensan de esos círculos los hombres y mujeres humildes que constituyen el pueblo. Todos los pueblos de la humanidad. Yo no los condeno personalmente.
Aunque personalmente me combatieron y me combaten como enemiga declarada de sus propósitos y de sus intenciones. En el fondo de mi corazón, yo no deseo otra cosa que salvarlos con mi acusación, señalándoles el camino del pueblo por donde llega el porvenir de la humanidad.
Sé que a los pueblos les repugna la prepotencia militar que se atribuye el monopolio de la Patria, y que no se concilian la humildad y la pobreza de Cristo con la fastuosa soberbia de los dignatarios eclesiásticos que se atribuyen el monopolio absoluto de la religión.
La Patria es del pueblo.
No soy antimilitarista ni anticlerical en el sentido en que quieren hacerme aparecer mis enemigos. Lo saben los humildes sacerdotes del pueblo que me comprenden a despecho de algunos altos dignatarios del clero rodeados y cegados por la oligarquía. Lo saben los hombres honrados que en las fuerzas armadas no han perdido contacto con el pueblo.
Los que no quieren comprenderme son los enemigos del pueblo metidos a militares. Ellos desprecian al pueblo y por eso desprecian a Perón, que siendo militar abrazó la causa del pueblo aún a costa de abandonar en cierto momento su carrera militar.
YO NO SOLO VEO EL PANORAMA DE MI PROPIA TIERRA
Veo el panorama del mundo y en todas partes hay pueblos sometidos por gobiernos que explotan a sus pueblos en beneficio propio o de lejanos intereses. Y detrás de cada gobierno impopular he aprendido a ver ya la presencia militar, solapada y encubierta o descarada y prepotente.
En este mensaje de mis verdades, no puedo callar esta verdad irrefutable que se cierne como la más grande sombra cubriendo los horizontes de la humanidad. Es necesario que los pueblos destruyan los altos círculos de sus fuerzas militares gobernando a las naciones. ¿Cómo? Abriendo al pueblo sus cuadros dirigentes.
Los ejércitos deben ser del pueblo y servirlo. Deben servir a la causa de la justicia y de la libertad. Es necesario convencerlos de que la Patria no es una geografía de fronteras más o menos dilatadas sino que es el pueblo.
La Patria sufre o es feliz en el pueblo que la forma. En la hora de nuestra raza, en la hora de los pueblos, la Patria alcanzará su más alta verdad.
Es necesario que los ejércitos del mundo defiendan a sus pueblos sirviendo la causa de la justicia y de la libertad. Solamente así se salvarán los pueblos de caer en el odio contra eso que antes se llamaba Patria, y que era una mentira más ¡una bella mentira que inventó la oligarquía cuando empezó a vender la dignidad del pueblo, es decir la dignidad augusta y maravillosa de la Patria!
EL PUEBLO ES LA ÚNICA FUERZA
Yo no sé si no será posible que alguna vez el mundo cancele todo cuanto signifique una fuerza de agresión y desaparezca la necesidad de sostener ejércitos para la defensa, pero mientras eso -que sería lo ideal, acaso lo sobrenatural o lo imposible- no suceda, los pueblos del mundo deben cuidar que sus fuerzas militares no se conviertan en cadenas o instrumentos de su propia opresión.
El ejército de mi Patria custodió en 1946 las elecciones que consagraron a Perón presidente de los argentinos. En aquella ocasión, fueron sus militares una garantía para el pueblo. A pesar de eso, yo considero que la función militar no debe ser en ningún caso garantía cívica de la justicia y la libertad.
Porque la fuerza suele tentar a los hombres, lo mismo que el dinero.
La garantía de la voluntad soberana del pueblo debe estar en el propio pueblo. Sacarla de sus manos es reconocerle una debilidad que no existe, porque los pueblos constituimos por nosotros mismos la fuerza más poderosa que poseen las naciones.
Lo único que debemos hacer es adquirir plena conciencia del poder que poseemos y no olvidarnos de que nadie puede hacer nada sin el pueblo, que nadie puede hacer tampoco nada que no quiera el pueblo. ¡Sólo basta que los pueblos nos decidamos a ser dueños de nuestros propios destinos!
Todo lo demás es cuestión de enfrentar al destino. ¡Basta eso para vencer! ¡Y si no que lo diga nuestro pueblo!
SERVIR AL PUEBLO
En estos momentos el mundo es una inmensa fortaleza.
Todos los gobiernos han sido dominados por los altos círculos de sus fuerzas armadas.
Así como la Edad Media fue clerical y la iglesia gobernó sobre los pueblos por medio de los reyes y los reyes dominaron a los pueblos valiéndose del clero, así en la Edad de nuestro siglo las fuerzas armadas mandan sobre los pueblos infiltradas en los gobiernos de las naciones y los gobiernos oprimen y sojuzgan y explotan a los pueblos valiéndose del instrumento colosal de sus ejércitos.
Todo es militar en este mundo nuestro. Yo no diría una sola palabra si las fuerzas armadas fuesen instrumentos fieles al pueblo. Pero no es así: casi siempre son carne de oligarquía.
O porque la oligarquía copó los altos círculos de la oficialidad, o porque los oficiales a los que el pueblo dio a sus fuerzas armadas se entregaron, olvidándose del pueblo, de sus dolores, y de su inmenso dolor!
Nosotros, el pueblo, tenemos que ganar las altas jerarquías de las fuerzas armadas de las naciones.
No se trata de destruirlas, aunque yo pienso que alguna vez serán inútiles. Se trata de convertirlas al pueblo y después, cuando todos sus dirigentes -sus oficiales- sean carne y alma del pueblo, habrá que permanecer alertas, vigilándolas para que no se entreguen otra vez.
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El pueblo tiene que elegir a sus gobernantes para que ellos hagan lo que el pueblo quiere.
Los generales deben servir al gobierno del pueblo con plena y absoluta conciencia de que nada en la Nación puede sobreponerse ni oponerse a la voluntad del pueblo.
LA GRANDEZA O LA FELICIDAD
La patria no es patrimonio de ninguna fuerza. La patria es el pueblo y nada puede sobreponerse al pueblo sin que corran peligro la libertad y la justicia.
Las fuerzas armadas sirven a la patria sirviendo al pueblo.
El gran error de algunas fuerzas armadas consiste en creer que servir a la patria es una cosa distinta. Entonces, en aras de lo que ellos creen que es la patria, no les importa sacrificar al pueblo, sometiéndolo a las reglas de la prepotencia militar.
En todos los siglos de la historia ha sucedido lo mismo.
El espíritu militar ha considerado que el gran ideal de su existencia consistía en alcanzar la grandeza de la Nación y que, ante ese objetivo supremo se justificaba todo, incluso sacrificar la felicidad del pueblo.
Perón nos ha enseñado que la felicidad del pueblo es lo primero; que no se puede hacer la grandeza de un país con un pueblo que no tiene bienestar.
Las fuerzas armadas del mundo deben convencerse de esta absoluta verdad del peronismo.
Si no es así, los pueblos mismos, por su propia mano, con la conciencia plena de nuestro poderío insuperable, las iremos borrando de la historia de la humanidad.
SOMOS MÁS FUERTES
Todas estas ideas y razones me llevan a decirle a mi pueblo y a todos los pueblos del mundo en este mensaje de mis verdades: nadie puede más que nosotros.
Somos más fuertes que todas las fuerzas armadas de todas las naciones juntas.
Si nosotros no queremos que la fuerza bruta de las armas nos domine, no podrá dominarnos. Con las armas pueden matarnos, pero morir de hambre es más doloroso, y nosotros sabemos lo que es morir por hambre! No podrán matarnos.
Los soldados son hijos nuestros y no se atreverán a tirar sobre sus madres aunque los manden miles y miles de oficiales entregados y vendidos a la oligarquía.
Podrán vencemos un día, en la noche o de sorpresa, pero si al día siguiente nos largamos a la calle, o nos negamos a trabajar, o saboteamos todo cuanto ellos quieran mandar; tendrán que resignarse a devolvernos la libertad y la justicia.
Si toda esta resistencia puede organizarse, mejor; si no, lo mismo venceremos con tal de que tengamos plena conciencia de nuestro poderío soberano.
Debemos convencernos definitivamente de una sola cosa: de que el gobierno debe ser del pueblo y que nadie sino el pueblo puede ocuparlo, porque, si no, no será tampoco para el pueblo.
La hora de los pueblos no será alcanzada por nuestro siglo si no exigimos participación activa en el gobierno de las naciones. Pero ¿cómo? Como nosotros lo hemos hecho en nuestra tierra, gracias a Perón. Llevando a los obreros y a las mujeres del pueblo a los más altos cargos y responsabilidades del Estado. Y cuidando después que los dirigentes políticos del pueblo y los dirigentes sindicales no pierdan contacto con las masas que representan.
Los gobernantes del pueblo deben seguir viviendo con el pueblo. Es una condición fundamental para que los pueblos no empiecen a sentirse traicionados. Y para gobernar con sentido real de lo auténticamente popular.
VIVIR CON EL PUEBLO
Es lindo vivir con el pueblo. Sentirlo de cerca, sufrir con sus dolores y gozar con la simple alegría de su corazón. Pero nada de todo eso se puede si previamente no se ha decidido definitivamente encarnarse en el pueblo, hacerse una sola carne con él para que todo dolor y toda tristeza y angustia y toda alegría del pueblo sea lo mismo que si fuese nuestra.
Eso es lo que yo hice, poco a poco en mi vida. Por eso el pueblo me alegra y me duele.
Me alegra cuando lo veo feliz y cuando yo puedo añadir un poco de mi vida a su felicidad. Me duele cuando sufre. Cuando los hombres del pueblo o quienes tienen obligación de servirlo en vez de buscar la felicidad del pueblo lo traicionan.
También tengo para ellos una palabra dura y amarga en este mensaje de mis verdades.
Yo los he visto marearse por las alturas. Dirigentes obreros entregados a los amos de la oligarquía por una sonrisa, por un banquete o por unas monedas. Los denuncio como traidores entre la inmensa masa de trabajadores de mi pueblo y de todos los pueblos.
Hay que cuidarse de ellos: son los peores enemigos del pueblo porque han renegado de nuestra raza.
Sufrieron con nosotros pero se olvidaron de nuestro dolor para gozar la vida sonriente que nosotros les dimos otorgándoles una jerarquía sindical. Conocieron el mundo de la mentira, de la riqueza, de la vanidad y en vez de pelear ante ellos por nosotros, por nuestra dura y amarga verdad, se entregaron.
No volverán jamás, pero si alguna vez volviesen habría que sellarles la frente con el signo infamante de la traición.